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El Adviento. Cuarta semana

Esta es la última semana de preparativos, la Navidad está ya a la vuelta de la esquina, y dedicamos esta semana a la Humanidad, al amor, a la alegría, la esperanza y la ilusión.

La cuarta luz del Adviento, es la luz de la humanidad. La luz de la esperanza de que podamos aprender a Amar.

Propósito: Nos amamos, nos queremos y nos respetamos, por eso con mucho AMOR siempre nos hablamos y muchos besos y abrazos nos damos.

Y aquí va el último cuento:

EL
PERRO DEL PASTOR

 María y José caminaban hacia Belén y buscaban un refugio para pasar la
noche. Aquel día todavía no habían encontrado nada y pensaban dormir otra vez
al aire libre. José percibió entonces, a la sombra del crepúsculo, una casita
no iluminada. María y José se acercaron llenos de esperanza y se encontraron
con que era una casita de pastor.
 Poco importaba si encontraban allí techo y calor.
 Pero no habían contado con Finod. Era el perro del pastor. Durante el día
cuidaba de las ovejas en el prado. Por la noche cazaba a los merodeadores y a
los ladrones que se acercaban al establo. Cuando olfateó a María y José, Finod
se levantó de un salto y sacudió la cadena con la que estaba atado. Corrió en dirección
a los intrusos y ladró en forma amenazante. Sus “guau guau” significaban:
“tengan cuidado, aquí estoy yo, el dueño. ¡No os acerquéis!”. Ante estos
ladridos furiosos, José levantó los hombros y se dio media vuelta diciendo a
María:
 “¡No hay esperanza!” Este guardián es sin duda más intratable todavía que
un hombre de corazón duro”.
 María quedó inmovilizada también. Finod estaba orgulloso de sí mismo,
pues tenía a los extraños a distancia. María insistió entonces y dijo “José,
tratemos igualmente, estamos agotados. Sin techo no conciliaremos el sueño”.
 Dicho y hecho. Se dirigió al establo con pasos tranquilos. Finod entró en
una rabia loca. Ladraba y tiraba la cadena en dirección a María, cuando de
repente pasó algo inesperado antes que José hubiese podido intervenir, María
había llegado cerca del perro. Y qué hacía
Finod? Observaba a María que avanzaba a su encuentro y movía su cola
alegremente. Cuando María estuvo muy cerca, Finod dio unos brincos hacia ella
como un cabrito y después se acostó sobre su lomo. María se inclinó hacia él y
le acarició el vientre.  Cuando José se aproximó a ellos, Finod gruñó por
última vez, pero la dulce mano de María lo calmó enseguida.
 “¡Mira como ha tirado de la cadena este tontuelo!” Su cuello está todo
herido. María tocó nuevamente sus heridas, Finod no se quejó y hubiera querido
quedarse toda la noche a los pies de María. Pero su lugar no estaba en el
establo, lo sabía muy bien. Entonces se acostó
afuera contra la puerta. Su corazón latía fuerte de alegría; ¡Qué gran
responsabilidad tenía!  Iba a proteger
esa noche a la madre de Jesús.
Tempranito por la mañana, el pastor vino a ocuparse de sus ovejas. De lejos fue
testigo de un cuadro sorprendente. La puerta del establo se abrió, un hombre y
una mujer salieron de allí seguidos de un burrito. Finod, el famoso perro guardián,
salió a su encuentro moviendo la cola y lamió las manos de la mujer. En el
interior del establo las ovejas balaban, como lo hacía solo cuando se acercaba una
persona conocida y querida. El pastor observó la escena como en un sueño.
Cuando volvió en sí, María y José habían desaparecido. El pastor se dirigió a
su perro:
“Y Finod, ¿quiénes eran tus huéspedes? “
 Si hubiese entendido el lenguaje de los perros, Finod le hubiera revelado
seguramente lo que había pasado esa noche en el establo.
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